Disclaimer: Para este artículo me inspiré en el ensayo “Crony Beliefs” escrito por Kevin Simler.
Antes de insertarme en el mundo profesional (a veces descrito como rat race), me gustaba escribir meditaciones con limitadas aplicaciones prácticas. Tengo algunas decenas de documentos de Word que escribí cuando tenía 18-19 años, los cuales estoy seguro de que no podría volver a escribir. Creo que es una combinación de tener menos tiempo disponible para reflexionar sin propósito sobre la vida y las estructuras sociales, y menos tiempo aún para estructurar esas ideas en un texto entendible fuera de mi mente. Pero bueno, hoy haré mi mejor esfuerzo, voy a tratar de escribir algunas reflexiones sobre la sociedad en la que vivimos y ustedes serán mis conejillos de indias, siéntanse libres de quejarse conmigo por mail si es que al final de este artículo sienten que les hice perder mucho tiempo.
Desde hace ya varios años que estoy obsesionado con entender el nivel de polarización social que estamos viviendo. Aún no estoy seguro si efectivamente vivimos en una sociedad con dos bandos en constante guerra ideológica: “rojos” y “fachos” cuyo único objetivo es incentivar el odio generalizado hacia su antagonista o si es únicamente un comportamiento exhibido por una minoría con mayor incidencia en redes sociales, lo que hace más evidente este comportamiento. De todas formas, y para ambas posiciones, es algo que mi cerebro no puede comprender, no entiendo cómo alguien se puede expresar de esa manera públicamente hacia otro ser humano y luego cerrar sesión y continuar por la vida como si nada hubiera pasado, sin hacer ninguna contribución real a solucionar los problemas que esa misma persona percibe que enfrentamos como sociedad. Simplificando el panorama social con un ejemplo más sencillo, es como si yo creyera firmemente que mi compañero de trabajo se demora mucho haciendo su trabajo, entonces, me tomo el tiempo de ir a su puesto de trabajo e insultarlo por 30 minutos para luego irme a tomar un café con mis amigos y quejarme de cómo puede ser que existan personas a las que no les gusta trabajar, en lugar de usar esos 30 minutos para ver si hay algo en el que lo pueda ayudar para que no se demore tanto. (Hice mi mejor esfuerzo, creo que se entiende, ¡no sean tan exigentes!)
Creo que la comodidad de la sociedad moderna (ojo que no estoy diciendo que todos gocemos de está comodidad, es evidente que algunos más que otros) nos ha hecho olvidar las bases sobre las cuales se construyeron las primeras tribus que precedieron a las grandes civilizaciones que a su vez precedieron a la sociedad moderna. Nos hemos olvidado que fue lo que catapultó a los seres humanos de ser un simple mono sin pelos ni garras a la cima de la cadena alimenticia: Consenso y Comunicación.
Existen diferentes teorías acerca de lo que nos separa de los demás animales en el planeta, por qué nosotros pudimos construir las pirámides de Giza y no una civilización de felinos. Yuval Noah Harari en su libro Sapiens explica que fue la capacidad de los seres humanos de pensar en cosas que no existen o no son visibles: Dioses, reglas, principios, etc. Gracias a esta capacidad es que podemos formar nuestros paradigmas. Un paradigma es un modelo del mundo, nos dice que está ahí, cómo encaja todo junto, cómo funciona el mundo, que no funciona, etc. Sin embargo, no es suficiente poder crear nuestros propios paradigmas, es necesario que exista cierto consenso por lo menos entre ciertos aspectos de estos paradigmas para que podamos coordinarnos a escalas sin precedentes y formemos estructuras sociales complejas, el consenso es fundamental. Otros académicos creen que nuestra capacidad de intercambiar cosas (“Trade”) fue lo que salvó a la humanidad de la exclusión biológica, está de más decir que para intercambiar dos bienes tiene que haber cierto consenso sobre el valor de las cosas, cuando incluyes el concepto del dinero el consenso es aún más evidente, existe un consenso social implícito que le atribuye valor a un pedazo de papel, ningún sistema social o económico podría funcionar sin un nivel de consenso entre los participantes.
Cuando no estoy pensando en Imperium, estoy pensando en la inexistente intención de buscar consenso en la sociedad moderna y la gran interrogante que tengo en mi cabeza es ¿Qué lleva a un grupo de personas a pensar que insultar o fomentar el odio hacia otro grupo de personas que piensan distinto? ¿Es necesario y, sobre todo, útil? Desanimado por estos pensamientos, llegué a un ensayo increíble de Kevin Simler que tiene la explicación más plausible que he encontrado para este comportamiento.
En su ensayo, Kevin propone una interrogante similar a la mía: Por qué nuestras creencias nos parecen tan sensatas, pero cuando consideramos las creencias de otras personas, en palabras de Kevin, es un “Espectáculo epistémico de mierda”. ¿Qué lleva a una persona a creer que la tierra es plana? O que las pirámides de Giza fueron construidas por Aliens. Lo más fácil es ponerles a estas personas la etiqueta de “loco”, el problema es que cuando ponemos etiquetas, automáticamente dejamos de pensar (Estrellita para el/la que me diga que son “Rojo” o “Facho”). Somos de la misma especie, cualquier proceso que haya llevado a estas personas a creer en eso, también ocurren en nuestra mente y forman nuestras creencias.
Nota: Ahora haré mi mejor esfuerzo para resumir y comentar sobre lo que dice Kevin, espero hacerle justicia. Estas son las palabras de Kevin, traducidas y resumidas, sólo he agregado algunos comentarios para incluirlas dentro de la historia.
Usemos una analogía para explicar el problema sobre las creencias, sólo para efectos prácticos de la analogía consideremos que las creencias son trabajadores en una empresa. Uno contrata trabajadores para que realicen un trabajo, pero los trabajadores no vienen gratis, tienen que ganarse su puesto siendo útiles. Si un trabajador hace bien su trabajo se quedará en la empresa, si por el contrario “la para cagando” se le invitará a retirarse.
Podemos pensar sobre nuestras creencias igual, como trabajadores que fueron contratados por nuestro cerebro y que tienen un trabajo que hacer: proveer información precisa sobre el mundo. Tenemos que saber que zonas son peligrosas, qué comida nos cae mal y hasta quiénes están solteros. Cuanto más se acerquen nuestras creencias a la realidad, mejores acciones podremos tomar, lo que en última instancia nos llevará a la supervivencia y al éxito reproductivo. Ese es el bottom line, lo que determina si nuestras creencias sirven o no.
Ahora, imaginemos que hay una regla implícita, que para que nuestra empresa tenga éxito tenemos que contratar a un familiar del alcalde. Solo se aprueban los permisos de operación a las empresas que tengan en sus filas algún familiar del alcalde y a las que no, se les pone una demanda que las obliga a cerrar operaciones (¿Deja Vu?).
En este escenario, nuestra empresa tendría dos tipos de incentivos: Uno pragmático y otro político. Pragmático: Como cualquier negocio tiene que completar los proyectos a tiempo y con un presupuesto. Para conseguir esto tiene que funcionar como una meritocracia, contratando a los mejores trabajadores posibles, monitoreando su performance y despidiendo a los malos trabajadores. Pero al mismo tiempo, también necesita ganarse al alcalde, y por ende tiene que involucrarse en un poco de “amiguismo” (suena mejor en inglés: “Cronyism”) contratando al sobrino del alcalde y evitando que sea despedido (sin importar que tan inútil sea).
Estos trabajadores contratados por “amiguismo” son un tipo distinto de trabajadores. La manera en la que se mueven por diferentes puestos en la compañía es extraña, son gobernados por otras reglas y se miden con otra vara. Están en un sistema meritocrático, pero no participan en él.
Exactamente lo mismo pasa con nuestras creencias, la mejor forma de entender las creencias más locas: teorías de conspiración, aliens, pie grande y todas las demás es analizarlas como “Creencias de amigos” (“Crony beliefs” en inglés, en español según Google es “Creencias de compinches” pero voy a hacerles el favor de nunca más decir eso). Creencias que han sido “contratadas” no por el propósito legítimo de modelar con precisión el mundo, si no más bien como sobornos sociales o políticos.
Tal como la empresa, nuestro cerebro tiene que lograr un balance incómodo entre dos sistemas de recompensas:
- La meritocracia: En la cual controlamos muy de cerca la precisión de las creencias por temor a que nos pasé algo si actuamos sobre una creencia falsa (e.g., los leones son gatitos grandes que se pueden acariciar)
- El amiguismo: Donde no importa tanto la precisión de la creencia, sino si nuestras creencias causan la impresión correcta en los demás.
Así, podemos clasificar nuestras creencias en dos: “Creencias de mérito” y “Creencias de amigos”. Las dos contribuyen a nuestra supervivencia y reproducción, pero de diferentes maneras: Las creencias de mérito ayudándonos a navegar el mundo y las creencias de amigos ayudándonos a vernos bien.
Nuestros cerebros son órganos increíblemente poderosos, pero a su arquitectura nativa no le importan los ideales “elevados” como la verdad. Están diseñados para trabajar sin descanso y eficientemente en nuestro propio interés. Entonces, si un cerebro anticipa que será recompensado por adoptar una creencia particular, estará feliz de hacerlo y no le importará de donde venga la recompensa, ya sea pragmática (mejores resultados como resultado de mejores decisiones), social (mejores tratos de nuestros compañeros), o una mezcla de ambos.
Donde quiera que miremos, enfrentamos presiones para adoptar “creencias de amigos”. En el trabajo somos recompensados por creer cosas buenas sobre la compañía. En política, nuestros aliados nos apoyan cuando seguimos la línea de su partido y retiran su apoyo cuando nos negamos. La política es el ejemplo por excelencia de creencias de amigos porque las recompensas sociales dominan a las recompensas pragmáticas y no hay incentivos para llegar a la verdad. Incluso salir con alguien puede poner presión en nuestra mente, nuestras parejas nos juzgan por las cosas en las que creemos.
Ahora, es obvio que nuestros cerebros responden a incentivos (todos sabemos eso), sin embargo, las influencias sociales en nuestras creencias están subestimadas. Es probable que los incentivos sociales sean la raíz de todos nuestros mayores errores de pensamiento.
Imaginemos que no somos Homo Sapiens si no Solo Sapiens, una especie tan inteligente como la que somos hoy, pero sin vida social. Nuestros cerebros serían únicamente máquinas de procesamiento de información eficientes: meritocracias sencillas que harían todo lo posible por darle sentido al mundo. Cometeríamos errores de vez en cuando debido a información imperfecta, pero serían pequeños, aleatorios y corregibles.
Desafortunadamente nuestros errores son sistemáticos y exagerados por bucles de feedback social. Y esto, se debe principalmente a que nuestras vidas están repletas de otras personas y el problema con estas personas es que tienen visibilidad parcial de nuestras mentes y nos recompensan por creer falsedades y/o castigan por creer la verdad.
Algunas aclaraciones importantes antes de continuar:
1. Las creencias de mérito no son necesariamente verdaderas y las creencias de amigos no son necesariamente falsas. Lo que distingue a las dos creencias es como somos recompensados por ellas: a través de acciones efectivas o a través de impresiones sociales. Lo mejor que podemos decir es que las creencias de mérito tienen más probabilidades de ser ciertas
2. Cuando llamamos a algo creencia de mérito estamos diciendo que su valor pragmático supera a su valor social y si llamamos a algo creencia de amigos estamos diciendo lo contrario, el espacio de creencias es bidimensional y una creencia puede caer en cualquier lugar de ese espacio.
Bueno, no los quiero aburrir más, tenía principalmente dos objetivos cuando comencé con esta explicación, ayudarlos a identificar creencias de amigos y entender cómo impactan en la intención de buscar un consenso, y comunicarles los esbozos de la solución que plantea Kevin.
Es difícil reconocer creencias de amigos principalmente por qué están diseñadas para imitar a las creencias de mérito. Sin embargo, algo en nuestro cerebro debe poder identificarlas, de lo contrario, no podríamos darles el tratamiento que necesitan para sobrevivir dentro de un sistema meritocrático (En el caso de la empresa, si nadie supiera que el familiar del alcalde es el familiar del alcalde, lo despedirían inmediatamente). Tenemos que identificar diferencias en la forma en la que el cerebro trata a las creencias de mérito y a las creencias de amigos.
Las creencias de mérito son tratadas con pragmatismo, solo tienen un trabajo: Modelar el mundo, y cuando lo hacen mal, sufrimos (los leones son gatitos grandes que se pueden acariciar). Esto conduce a actitudes como el miedo a equivocarse e incluso desear ser criticado y corregido. Si queremos tener la razón en el largo plazo, debemos aceptar que a menudo estaremos equivocados a corto plazo y descartar creencias cuestionables. Una meritocracia no experimenta angustia al abandonar una creencia errónea y adoptar una mejor, es un placer. Si alguien me dice que no puedo comer los hongos que encontré en mi caminata por la naturaleza porque son venenosos, no me voy a molestar, probablemente esté muy agradecido.
Las creencias de amigos, por el contrario, reciben un tratamiento completamente diferente. Cómo no nos importa si están haciendo predicciones precisas, no tenemos la necesidad de buscar críticas. En realidad, estas creencias necesitan ser protegidas de las críticas. No es que necesariamente sean falsas, pero es más probable que lo sean, es poco probable también que estas creencias resistan críticas serias. Por lo tanto, deberíamos esperar que nuestros cerebros adopten una postura defensiva hacia estas creencias para sostenerlas. El mayor signo del amiguismo o de las creencias de amigos es exhibir emociones fuertes, como cuando nos sentimos orgullosos de una creencia, angustiados por cambiar de opinión o enojados por ser cuestionados o criticados. Estas emociones no tienen por qué estar dentro de un sistema de creencias meritocrático, pero por supuesto tienen sentido dentro un sistema de creencias de amigos, donde los amigos necesitan protección para sobrevivir a un sistema meritocrático.
Creo que no hace falta comentar nada adicional, te acuso lector de tener creencias de amigos, tu orientación política es una creencia de amigos, los tweets que la evidencian son como actúas sobre esa creencia y los insultos que respondes acaloradamente a perfiles anónimos en Twitter es sólo tu cerebro tratando de proteger una creencia de amigos en un sistema meritocrático.
Pero bueno, no todo está perdido. Volvamos al ejemplo de la empresa, digamos que entras como nuevo CEO y quieres mejorar los resultados de la empresa, ves algunos empleados que no hacen nada y sospechas que es porque el sistema meritocrático no está funcionando. Implementas mediciones de performance y controles más estrictos para que las personas que no tienen el rendimiento esperado sean despedidas, solo hay dos potenciales resultados: 1) Despides a los “amigos” y el alcalde te “cierra el quiosco”, 2) Los jefes de cada área se rehúsan a despedir a los “amigos” y hacen que sus buenos trabajadores trabajen más para cubrir el gap. Evidentemente no se soluciona nada, si supieras de la existencia de estos “amigos” y necesitas sí o sí solucionar el problema, probablemente tratarías de evidenciar y reportar la corrupción del alcalde para que se haga algo. Lo que hay que atacar entonces son los incentivos, no las creencias.
La solución es difícil, pero reside en atacar el amiguismo desde la raíz, como juzgamos las creencias de los demás y como los demás juzgan nuestras creencias. Si pudiéramos hacer arreglos para que los demás nos juzguen únicamente en base a la exactitud de nuestras creencias, no tendríamos ningún incentivo para creer en nada más que la verdad. Necesitamos aprender pensamiento crítico y racionalidad, pero también enseñarlo a los demás. Si elevamos los estándares con los que se juzgan las creencias de los demás en una sociedad, entonces todos seremos incentivados a pensar con mayor claridad, presentar mejores argumentos, darle más relevancia a la evidencia, etc.
La solución planteada es obviamente una solución teórica, sin embargo, creo que podemos comenzar a aplicarla, elevando los estándares con los que juzgamos nuestras creencias y las creencias de los demás. Espero que por lo menos este artículo de nuestro Newsletter te haya servido para darte cuenta de algunos “amigos” que tienes dentro de tus creencias y de lo absurdo que es poner etiquetas y debatir creencias por Twitter cuando por detrás hay meses y hasta años de procesos mentales e incentivos sociales.
Santi out!