En lo personal, hace algunos años atrás, siempre pensé que cuando las empresas o las personas hablaban de ‘’propósito’’, tenía que ver con alguna suerte de perspectiva de marketing o incluso alguna frase o serie de palabras para plotear en una pared de oficina o en la web.
Solamente entendí la palabra propósito cuando me traspasó y se hizo carne en mí como un objetivo personal, un mantra, algo que permanentemente me seguía y era difícilmente separable de mí.
Todos tenemos un propósito, algunos lo descubren más temprano y otros más tarde. Incluso, hay algunos que nunca lo descubren en su vida y eso puede generar un zigzag eterno que no termina de completar el círculo de la vida. La figura del círculo me gusta pensarla como justamente una línea que no tiene principio ni fin, sino más como una figura a la cual un punto no le puede ser retirado, y tampoco puede sumársele. Siempre vuelve a estar conectada y hace sentido con la incertidumbre de girar alrededor de un círculo; uno no puede ver qué es lo que le sigue, pero las vías del mismo si van sobre el propósito de la persona, siempre llevarán a buen puerto.
El propósito en mi caso realmente tiene que ver con cambiar mi metro cuadrado, y en la medida de lo posible, poder impactar en el mundo entero generando mayores oportunidades, acceso, y en definitiva, cambio social y económico. Todo gran propósito empieza por un desafío que tiene una fricción para una persona o un colectivo de personas. En la medida que esa fricción sea fuerte, intolerable y verdaderamente deba cambiarse, más será la gente a la cual se podrá sumar en la búsqueda de ese propósito. Por eso todos los propósitos necesitan gente, equipo, que logren colaborar o construir una visión conjunta de cara al impacto deseado. Aquí, la importancia del propósito tendrá que ver con encontrar la gente que pueda llegar a hacer un cambio significativo en la consecución de los objetivos planteados, o incluso, en moldear el camino que deberá transcurrirse de cara a poder lograrlo.
Cuando hablamos de un propósito desafiante, normalmente no existen recetas escritas para lograr generar el cambio, y mucho menos, atajos para lograrlo. En mi experiencia, siempre devino del esfuerzo y trabajo constante, de una alta dosis de tolerancia a la frustración, de mucha resiliencia y humildad. Por esa razón no existen caminos lineales para llegar a lo que uno desea. Vuelve a aparecer muchas veces el círculo, que no necesariamente significa volver exactamente a donde uno se encontraba, sino que haber tenido una experiencia que no condujo a donde se buscaba, pero nos otorga aprendizaje para que la próxima iteración no tenga los mismos errores. Así es la evolución en la consecución de los fines, un proceso iterativo, incremental, de mucho aprendizaje, prueba y error, que luego termina por dar sus resultados.
Hablamos del error en el camino de la búsqueda del propósito, pero también debemos celebrar las pequeñas victorias que suceden en el medio de camino a dicho punto. Celebrar esas pequeñas conquistas, permite regenerar la energía que se necesita para seguir siendo constante y resiliente. Esto normalmente suele ser una dificultad ya que tenemos una concepción normalmente asociada a la dualidad del fracaso o de la victoria. E incluso al hablar de victoria, no vemos todos los puntos intermedios que van configurando el camino, sino que vemos el hito del podio. Si uno tiene un propósito desafiante y ambicioso, debe entender que puede llevar la vida entera en dicho objetivo, y aun así, no hay garantías de que efectivamente se vaya a lograr. Lo que sí puedo garantizarles es que si uno es fiel a su propósito y sus valores, nunca tendrá que preocuparse del resultado, ya que el rendimiento (todo ese camino coherente y congruente recorrido) será adecuado.
El propósito supone de conciencia y autoconocimiento de tal manera de poder estar situado en el tiempo y espacio, y emocionalmente conectado con lo que transcurre en el interior. Esto no es coincidencia ni tampoco es un punto estable en el tiempo. Simplemente ese chequeo interior que valida que se está haciendo lo que verdaderamente se siente, alineado al plan personal, es lo que determinará esa satisfacción personal.
Me gusta pensar que la felicidad o la satisfacción personal tienen que ver con la alineación del sentir y el hacer, adecuado en tiempo y espacio, con perspectivas de lograr ese propósito personal o colectivo.
Imaginen lo poderoso que puede llegar a ser un propósito transformador, que logre implicar y vincular gente capaz que decida emprender con la misma dirección, de cara a modificar una realidad o un problema existente. Así es que se forman grandes equipos, motivados, alineados y dispuestos a recorrer un camino incierto, pero con claridad en la meta. Todos pretendemos certezas en alguna medida, hasta los exploradores más valientes y temerarios se ponían felices de pisar tierra firme. Allí es cuando el propósito también tiene una función contenedora que, a pesar de no tener certezas, permite empujar y seguir, sosteniéndose en otros incluso.
Lo más satisfactorio llega cuando uno descubre ese propósito personal, logra contagiarlo y compartirlo con un grupo de personas, y ya deja de ser una frase en la web, un ploteo de pared, y pasa a ser un tatuaje en el alma. No es casual que sea en el alma y no en el cuerpo, ya que el cuerpo perime con la vida; el alma es eterna al igual que el propósito.
No se olviden de buscar y perseguir ese propósito que pueda permanecer eternamente junto a sus almas.